LA TREGUA, MARIO BENEDETTI

A veces la vida concede una tregua o un descanso, algo así como un maravilloso intermedio.
Eso le sucede en esta obra de Mario Benedetti a Martín, un viudo casi cincuentón que en su diario describe la vida rutinaria de su oficina y la relación en casa con sus tres hijos. De pronto, la irrupción en su vida de Laura Avellaneda -joven de 24 años con la que comparte trabajo- le hará replantearse su vida, sus sentimientos, reflexionar sobre la felicidad o el amor y supondrá también un breve paréntesis en su soledad.
La resolución final del texto me ha sorprendido pero quizás, como ha dicho el propio autor en una entrevista, era una de las pocas soluciones literarias para que ese amor "no fracasara". También pienso que supone que nada es como se planea y que el destino puede responder con una solución inesperada que ni nos habíamos planteado.
Merecen reseñarse de este libro las relaciones familiares con los hijos, en ocasiones complicadas, el giro positivo que supone el inicio de la complicidad de Martín con la joven y la amistad que ésta entabla con la hija del protagonista. Los recuerdos de su anterior vida de casado, las decisiones sobre cómo abordar otra etapa de su existencia y luego, tras el desenlace, una conversación memorable con los padres de Laura son algunas de las escenas que creo sobresalen en esta historia de encuentros y desencuentros. Puede leerse La tregua virtualmente en esta página.
"Pienso en el placer (cualquier forma de placer) y estoy seguro de que eso es vida. De ahí el apuro, el trágico apuro de estos cincuenta años que me pisan los talones. Aún me quedan, así lo espero, unos cuantos años de amistad, de pasable salud, de rutinarios afanes, de expectativa ante la suerte, pero ¿cuántos me quedan de placer? Tenía veinte años y era joven; tenía treinta y era joven; tenía cuarenta y era joven. Ahora tengo cincuenta y soy "todavía joven". Todavía quiere decir: se termina.
Y ése es el lado absurdo de nuestro convenio: dijimos que lo tomaríamos con calma, que dejaríamos correr el tiempo, que después revisaríamos la situación. Pero el tiempo corre, lo dejemos o no, el tiempo corre y la vuelve a ella cada vez más apetecible, más madura, más fresca, más mujer y en cambio a mí me amenaza cada día con volverme más achacoso, más gastado, menos valiente, menos vital. Tenemos que apurarnos hacia el encuentro, porque en nuestro caso el futuro es un inevitable desencuentro." (pp. 90-91, Edición puntodelectura)

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DesordenadasLecturas
de
Beatriz González López
gonlobea@gmail.com

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